No eres tuyo; fuiste comprado por precio. Así que glorifica a Dios en tu cuerpo. – 1 Corintios 6:19-20 NVI

La respuesta de las Escrituras a la afirmación del hombre de ser dueño de sí mismo es clara, inequívoca y definitiva. No somos nuestros porque fuimos comprados. Fuimos liberados, si lo aceptamos. El propio Hijo de Dios nos valoró tanto que no nos dejó en la oscuridad de la sombra de la condenación y la muerte. Por sus propias agonías él nos salva de nuestras agonías, si se lo permitimos.

Mi vida no es mía, ni tampoco mis momentos, talentos, oportunidades o salud. Todos ellos se mantienen en fideicomiso. Usarlos correctamente es la renta del espacio que ocupo aquí en la tierra.

¿Por qué Cristo fue abandonado en la cruz antigua? Fue abandonado para que abandonemos nuestro hábito de huir de la cruz de la vida y de la cruz del Evangelio, que, si es levantada, finalmente nos levantará a nosotros. Porque la cruz del servicio, cuando se abraza, se vuelve como alas para un pájaro y como velas para un barco. Los suspiros del Calvario, a través de la alquimia mágica de nuestro amoroso Padre Celestial, finalmente se transfiguran en los cantos del Paraíso.

Pertenecemos a Dios: cada célula, cada talento, cada capacidad de pensamiento, sentimiento y acción. Aquellos que acepten el principio sacrificial de la Cruz encontrarán que en lugar de peso se convertirá en alas.

–Des Ford


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