Recuerde a Abraham orando por Ismael. «¡Oh, que Ismael pudiera vivir delante de ti!» Pero nuestro generoso Padre celestial no sólo le dio a Ismael en existencia duradera, sino también a Isaac y una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, porque nosotros, si somos de Cristo, somos simiente de Abraham. Pidió la vida de uno y Dios le dio millones. Eso es gracia.

Piensa en Jacob. Oró para que Dios le garantizara el pan y el agua, pero ¿qué hizo Dios? Cuando Jacob volvió por allí, era rico, vivía en lo alto, por así decirlo, y era un hombre lleno de hijos y de todas las cosas buenas.

Vea al hijo pródigo con sus ropas andrajosas y su espíritu casi destrozado. Resolvió ir a ver a su padre, porque los sirvientes de su padre tenían pan suficiente y de sobra, y pidió que le hicieran sirviente. ¿Lo que le sucedió? Fue reintegrado, le dieron un anillo, zapatos y bata especiales y un festín. Ésa es una imagen de la gracia divina en acción.

Cristo contó innumerables historias sobre fiestas, pero solo dio una mini parábola sobre un funeral (ver Mateo 11:17). De manera similar, el Antiguo Testamento ordenaba muchas fiestas, pero sólo un ayuno (el Día de la Expiación).

No es de extrañar que leamos:

El gozo del Señor es vuestra fortaleza. – Nehemías 8:10)

–Des Ford


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