La fe en Jesús es una cosa preciosa, pero también es algo frágil si no la salvaguardamos. Si le pregunta a la mayoría de las personas cómo debe salvaguardar su fe, es posible que le digan que lea la Biblia, ore, vaya a la iglesia y sirva a los demás. Todos estos son importantes.

Sin embargo, en su carta a la iglesia de Filipos, el apóstol Pablo nos da una respuesta sorprendente a lo que debemos hacer para salvaguardar nuestra fe. Dice esto:

Pase lo que pase, mis queridos hermanos y hermanas, regocíjense en el Señor. Nunca me canso de decirte estas cosas, y lo hago para salvaguardar tu fe – Fil 3. 1, NTV.

El consejo que nos da Pablo es que si nos regocijamos en el Señor, salvaguardaremos nuestra fe. De hecho, nuestra primera respuesta, pase lo que pase, debería ser regocijarnos en el Señor. De esa manera, nuestra fe se mantendrá fuerte.

Eso va en contra de nuestra reacción natural a las cosas malas que suceden en nuestras vidas. Nuestra primera respuesta es no regocijarnos en el Señor. Nuestra primera respuesta es preocuparnos, estresarnos e incluso tal vez orar en gran angustia con gran retorcimiento de manos: «¡Ay de mí!»

Pero Pablo dice que si nos regocijamos en el Señor, nuestra fe se mantendrá fuerte. Dice que esto es tan importante que nunca deja de decirlo. Y no lo hace. Lo dice una y otra vez en sus cartas.

Cuando algo se repite con tanta frecuencia en la Biblia, quizás deberíamos prestarle más atención. Quizás sea cierto que, pase lo que pase, si nos enfocamos en la bondad del Señor y sus bendiciones para nosotros, nuestra fe se mantendrá fuerte. Recuerdo las palabras del Maestro,

pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo – Mat. 24. 13

¿Quizás es hora de quejarse menos y de regocijarse más?

– Eliezer González


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